Your cat is your teacher

Your cat is your teacher

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Y de repente absolutamente todo se
le viene a uno encima. Todo... todo,pero todo. Es como cuando se nubla el cielo y ya no se ve más nada.
Ya nadie te quiere, todos te sueltan la mano y nada se dio como se tenía que dar.
Tu penúltima esperanza se acaba de desinflar, el último negocio de pronto se derrumbó.
Saltan los botones de la bragueta de tu jean favorito y saltan los tapones de la caja de la luz. No te tomó la tintura y se te cayó el celular al agua. Y todo sigue
colapsando.

La soledad es enorme cuando ya tu vida se terminó y seguís vivo. Es a veces por una simple tontería que todo se termina.
Estoy hablando de cuando se termina el amor en una pareja. Conozco mucho de esto porque fui criado por una pareja d desenamorados, una pareja helada y cngelada. Las parejas no duran más de 10 encamadas.

Sí, sí, sí, le pongo el pecho a sta conclusión. En diez sesiones sexuales
se probó todo, y ya sabemos de quién se
trata el otro.
lo que sigue casi sobra. Es
una caída libre y lo más triste es ir cayendo
aferrándonos al borde del precipicio. Se
nos llenan las garras de barro y detener
la caída ya es imposible. La muerte del
paciente que tenía todo para salir ocurre
temprano.

Una noche en casa de Otto Lancelle
y Daniel Rubinos, su novio, escuché el
cuento que más grafica el abrupto corte
del amor y posterior defunción de la pareja.
Contaba Otto, que siempre era el que
contaba, que la pareja estaba formada por
un tal Luis y una tal Ivonne.

Los dos eran
modistos y costureros de alta costura, cosían
para arriba, para los fifí.
Luis estaba trminando de coser un vestidazo de
noche para una fulana cercana al poder
cuando de pronto no encontró su tijerita.
Es que Luis le había dicho, y gritado a los
cuatro vientos y millones de veces a toda
la gente que trabajaba con él, Ivonne incluida,
que su tijerita no se tocaba. "¡La
tijerita, dónde está mi tijerita, quién carajo
tocó mi tijerita!", bramaba Luis. "¡Al
que me la sacó, le corto los dedos! ¡Quién
fue el mierda que me cambió la tijerita de
lugar!"
El taller entero se revolucionó y
todos corrían como gallinas sin
cabeza de un lado para el otro
buscando la bendita tijerita que
si no aparecía les podía costar
el puesto a todos. Según Otto,
el escandalete fue descomunal,
el monono atelier de Ayacucho
y Guido se había convertido en
un conventillo infernal. Y Luis seguía gritando.
Los empleados miraban aterrados
e Ivonne, suspirando harta, dijo: "Acá está
tu tijerita, Luis, la tengo yo". Luis la miró
enfurecido, apretó los dientes, levantó las
cejas y se acomodó
el jopo.
Bufó y sin agarrar
la tijerita se
dio media vuelta
y se fue. Ese día
se separaron.
Como soy una
persona que ve
mucha gente,
puedo decir que
veo parejas en
este estado, digo,
a punto de
estallar por una
nimiedad, muy
seguido. Por
eso es que me
he preguntado
varias veces, y la
pregunta nació
en mi infancia:
¿por qué es que
a la gente se le
hace tan difícil
separarse,
terminar algo
podr ido que
lastima, algo vencido que cae mal? ¿Será
el miedo a la soledad? ¿Será que ya han
logrado convertirse en esa familia elegida
y no pueden soltar, ya que la familia impuesta
está destruida y ya es inalcanzable?
Puede ser una de las dos, las dos o nada
de eso. Puede ser simplemente el miedo
a enunciar: "¿Sabés qué?… me quiero separar".
Es esa frasecita fatal que es como
una viborita chiquitita que no hace nada,
que no es venenosa y sin embargo es muy
venenosa. Después de esa frasecita tan putita
vienen el flete, los llantos, lo
tuyo y lo mío, y los monstruos en
los cuales nos convertimos los
dos. Nos damos cuenta de que
el otro era una mala persona,
egoísta, malintencionada y que
no nos quería bien. Nosotros
para el otro somos lo mismo. Se
rompen los vidrios, se golpean las puertas,
las gargantas son letrinas y las manos
son garras. Somos fieras. Aquél tan tierno
que te decía para siempre, te lo juro, a mí
no me va a pasar, jamás te haría algo así,
con vos es distinto,
siempre
te voy a cuidar,
está a punto de
destruirte, de
matarte. Ya no
se acuerda de
lo bueno. Sufre
una amnesia
repentina y
aguda. Es como
si de golpe el
otro fuera otro
y aquel que te
dijo todo eso, es
otro también.
En esos minutos
los dos se
preguntan seriamente
con
quién habrían
compartido
sus vidas hasta
ahora. Tu familia
elegida,
que es el otro,
se convirtió en
alguien extremadamente
peligroso, lleno de odio e ira
y uno quiere irse con mamá.
Es tristísimo y muy ingrato el desamor,
nadie lo quiere pero llega. Aunque estemos
viviendo esa relación que nos lleva
a decir, pensar y sentir que ahora sí, que
por fin ahora encontré, que esta vez es, el
desamor desembarca. Siempre. Y uno lo
ve venir. Fijate bien, a veces lo ves después
de la neblina, con su impermeable oscuro
avanzando de espaldas. También te pasa
por el costado y te gana una caminata por
Florida en un día de sol. Y lo viste. Era el
desamor y lo sabés. También sabés que
ese día no le vas a prestar atención. También
sabés que tu relación esta totalmente
fuera de fecha.
Lo que pasa es que separarse siempre
duele. No duele como la muerte de una
madre… duele más. Uno esta preparado
para ir al entierro de su madre con su
par… ¿y ahora con quién vas? En la competencia
de los dolores es el que ocupa el
primer puesto. Te destruye, te zarandea
feo, te cachetea, te tira con rabia de la oreja
como aquel compañerito de séptimo
que casi te la arranca.
El dolor se hace más cuando uno se
imagina al otro con otro. Al otro que sigue
su vida sin uno. Al otro que ve gente, que
va al cine, al teatro, que camina, que va al
gimnasio, que tiene un cumpleaños… Y
todo esto sin el otro que eras vos.
El dolor es inaguantable cuando pensamos
que hubiera habido formas de hablarlo,
de no dejarlo hundirse, de sacarlo
del agua y que no se pegoteara. El dolor
es peor cuando llegamos al espacio de los
dos, el nuestro y están las marcas del mueble
que se llevó en la pared.
El dolor ya es enorme y sale la primera
gotita de sangre con la primera masturbación
pensando en el otro que confirma
que ahora sí todo esta ordenado y empaquetado.
La relación está precintada y sellada.
Es hora de despacharla y verla irse por la
cinta deslizadora.
Separarse es ver desde la terraza del aeropuerto
que papá sacude la mano en la
puerta del avión, y se ve la mano, y se ve la
mano y se ve la mano y se ve la mano otra
vez y se va la mano. Desapareció la mano
y se te cae la primera lágrima. Y el nudo
en la garganta. Y mirar para abajo. Y no
soportar que se cierre la puerta del avión.
Irse a casa. Se acabó. Y la soledad es volver
en auto por la Ricchieri, esta vez eterna.
Por eso, en lugar de sentarse y decir:
"¿Sabés qué?... me quiero separar", es
mejor agarrarte de cualquier cosa para
odiar al otro como a nadie, asegurarte el
nunca más y al otro día cuando te pregunten
qué pasó, poder contestar: "Fue por
una tijerita".

1 comentario:

Yessy deVond dijo...

me gusta mucho la foto q pusiste del gato, interesante tu blog